Galeol
Ascensión
Mientras ascendía la cuesta que lo llevaría a Cancillalta, Galeol se permitió el capricho de detenerse en un mirador desde el cual se veía todo el Valle del Río Gélido. Se sentó en una roca y cerró los ojos unos instantes. Mientras el sol de otoño calentaba sus huesos, dejó que sus otros sentidos viajaran como hojas mecidas por el viento. El sonido de los insectos le llegó prístino a los oídos, mientras una fresca brisa le acariciaba el rostro, recordándole lo cerca que estaba de las nevadas montañas de Riscocima. No tardaron sus pensamientos en viajar lejos, al este, a su tierra natal, Brelbem. ¡Cómo eran de diferentes el lugar donde nació y las Tierras Fronterizas!
El viejo reino era una de las maravillas más hermosas jamás construidas por las antiguas civilizaciones, lleno de historia, tremendamente bello. En cambio, en las asilvestradas Tierras Fronterizas donde se encontraba ahora, la grandeza de la naturaleza permanecía inmaculada, soberana. Nada podía rivalizar con ella; su belleza era indiscutible desde cualquier prisma. Aquellas montañas y bosques podían mantener su pureza de manera imperecedera. Los reinos nacerían y morirían, mientras que la naturaleza seguiría igual. Al druida se le ocurrían pocas cosas más perfectas que ella y se dejó deleitar por el regalo de Coranta.
Un silbido cantarín trajo a Galeol de vuelta a la roca en la que descansaba. Al parecer, alguien descendía el camino que él estaba recorriendo. Al momento, unos pasos apresurados se acercaron al druida. El ladrido de un perro lo alertó de que este se había percatado de su presencia.
Al tiempo que se levantaba, echó una última mirada a la parte más baja del valle. Aún se distinguía el pueblo por el que había pasado hacía dos días, el Cruce. El pueblo minero era un claro ejemplo de cómo la civilización rompía el equilibrio natural de la creación, explotando sus recursos y contaminando su entorno, con la única finalidad de expandirse y reproducirse para seguir repitiendo el desequilibrio.
Galeol se giró para saludar al pastor que bajaba por la senda. Este, alertado por los ladridos de su perro, se acercó al druida con cautela. Detrás de él le seguía un rebaño de unas cincuenta ovejas. Seguramente las llevaría a pastar a campos más verdes, ya que en estas estribaciones las heladas otoñales dejarían poco para que los animales pudieran alimentarse.
—Buenos días conceda Taloc, amigo —dijo el druida cuando el ovejero estuvo cerca. Este, sorprendido, detuvo un poco el paso y alzó la mano para saludarle. —Eso esperamos —respondió el hombre de edad madura y tez arrugada. Forzó una sonrisa y continuó el paso para proseguir su camino. Era evidente que no tenía ganas de entablar una conversación con un desconocido. Sin embargo, el peregrino tenía intereses ocultos que le motivaron a insistir al hombre.
—Disculpad —dijo Galeol—, ¿me podríais indicar si Cancillalta queda muy lejos? El pastor, visiblemente molesto y con actitud desconfiada, se detuvo en seco. Llamó a su perro con un silbido y durante unos segundos observó su entorno. Galeol se imaginó que junto a su can el hombre se sentiría más seguro.
—No, señor, Cancillalta se encuentra a no más de milla y media. Si apresuráis el paso no tardaréis en llegar —respondió el hombre casi escupiendo las palabras.
Galeol fingió pesar al escuchar las palabras del hombre y, respondiéndole, dijo: —Vaya, si hubiese sabido que esta cuesta estaba tan inclinada, hubiese enviado al holgazán de mi aprendiz para que trajera el paquete de plantas a Reeta, la curandera. Mis viejos huesos ya no están para tanto trote.
Al nombrar a la curandera, el rostro del pastor se relajó. Acto seguido, alcanzó una bota de vino y dio un largo trago; después le ofreció al druida la bebida. Mientras le pasaba la bota, le preguntó: —¿Qué, venís del Cruce? —Galeol se proponía beber, pero se detuvo para responder al hombre. Negó con la cabeza y dijo: —No, las hierbas que Reeta necesitaba no se las podía conseguir Kusal del Cruce, vengo de más lejos —hizo una pausa dramática para remediar la sequedad de su garganta y bebió un largo trago de vino. Cuando hubo terminado, continuó—: Vengo de Plana del Rey, al sur de la Sierra del Diente Roto. —Por la cara que puso el pastor, desconocía tal lugar. Poco importaba puesto que Galeol mentía.— Al noroeste de Namdorath —continuó. —Estáis muy lejos de Namdorath —dijo el pastor mientras el sabio le devolvía la bota—. ¿Habéis hecho tan largo viaje solo para traerle unas plantas a Reeta? —preguntó con desconfianza.
Galeol saboreó con calma el vino aguado del pastor antes de responderle. —Reeta y yo somos viejos amigos y hace mucho tiempo que no nos vemos. Me enteré hace poco del fallecimiento de su marido y quería aprovechar para darle el pésame —paladeó el amargo regusto del vino en su boca y continuó—: Markus era un buen hombre —señaló mientras estudiaba el rostro del pastor. Este frunció el ceño con pesar. —Cierto, Markus era un buen hombre —sentenció el ovejero con solemnidad—. Ayudó a morir sin dolor a mi madre hace dos inviernos.
Entre los dos hombres se hizo un silencio mientras el pastor estudiaba al druida. Galeol intuía que, en su cabeza, el hombre se debatía por decir algo, solo confiaba en que fuera alguna pista que le ayudara en su investigación. Finalmente, su interlocutor expresó sus pensamientos. —No es buen momento para viajar por estos caminos, señor —afirmó el pastor con voz algo trémula. El druida alzó la mirada inquisitivamente y continuó con fingida despreocupación. —Sí, ya sé que en esta época del año hay riesgo de que caigan las primeras nevadas —explicó mientras señalaba al cielo—. Sin embargo, preferí arriesgarme a tener que esperar a la nueva primavera. —No me refiero a eso, señor —respondió el hombre con voz sombría—. No es buen momento para viajar porque últimamente están desapareciendo personas… —Galeol sonrió para sus adentros; esto era lo que estaba buscando. —¿Desapariciones? —exclamó con fingida sorpresa, frunció el ceño con preocupación y continuó—: Siéntate, amigo, y vuelve a abrir esa bota de vino —le ordenó al hombre mientras se sentaba en la roca—. Cuéntame más acerca de esas desapariciones.